martes, 30 de octubre de 2012

Y Rusia ya se fue...

Y aunque no quería que el viaje se acabara, acabó. Y la vuelta a la realidad fue acompañada de un resfriado ruso (4º en la calle vs. 35º en las casas).
Haré una pequeña crónica de nuestro viaje, el mejor de mi vida, sobre todo por la compañía.

Es conocido por todos el carácter agrio (por decirlo educadamente) de los rusos, y más conocido aún lo difícil de comunicarse con ellos. Por circunstancias de la vida (y he aquí otro secretillo de Tula) viví un tiempo en aquellas tierras y no me cuesta demasiado comunicarme con ellos en su idioma ni entenderles el carácter. Así es que yo jugaba con ventaja. A Mr. Tyler lo llevaba acojonao con lo de que los rusos tienen muy mala leche. Al final siempre es mejor ir preparado para lo peor y no llevarte el soponcio.
He de decir que hemos encontrado gente majísima en este viaje, y sé que no son la excepción.

NOTA: Si recordáis este post, dije que iría con mochila, botas, plumón y que dormiríamos en habitaciones compartidas con otra gente. Pues bien, la mochila (no de mi estilo, pero útil, lo reconozco), las botas (cómodas, sin más) y el plumón (imprescindible) calleron sin remedio, pero, ay!, de compartir habitación nada de nada!!!!! El mismo día que volábamos caímos en la cuenta de que somos una pareja joven, sana, reciente y fogosa... Si desde abril no nos hemos despegado ni un minuto con el calor que ha hecho, ¿por qué habríamos de despegarnos ahora que se avecinaba fresquito? Así es que decidimos darnos menos lujos, pero dormir solitos. Y lo cierto es que tuvimos mucha suerte con los precios de los hostales.

Primero fue Moscú. Ahí nos quedamos sólo dos días porque preferimos ver la ciudad tranquilamente a la vuelta. Nos alojamos en el hostal Bulgakov, en plena calle Arbat, todo un lujo porque es una de las calles más emblemáticas de la ciudad. Habíamos pagado por una habitación doble con baño compartido pero tuvimos la suerte de que estaba en obras y nos dieron una doble con baño privado. La suerte no nos abandona nunca.
Lo primero que hicimos al soltar la mochila fue irnos a buscar un garito para tomar cerveza. Me encanta la cerveza rusa, está deliciosa. Y lo que más me gusta es que tienen un montón de variedades sin filtrar. Aunque la que más hemos bebido ha sido la Baltika.
La primera noche nos fuimos a visitar la Plaza Roja y nos encontramos con este espectáculo. Oh, sí, la suerte...
De Moscú nos fuimos en el mítico tren Flecha Roja a San Petersburgo. Nos hacía mucha ilusión y decidimos tirar la casa por la ventana y comprar el billete más caro: compartimento privado para dos personas. Tren nocturno romántico donde los haya. Y menuda decepción. Era un compartimento igual que los que tienen cuatro camas (lo llaman Kupé) pero con dos camas solamente. La broma nos salió por 150 € cada billete. Never more again...

Llegamos a San Petersburgo y nos alojamos en el Hostal Arooms, a 5 minutos andando de la avenida Nevsky. Tuvimos la suerte de que tenían las habitaciones al 50% de descuento (25 euros por habitación y noche), así es que pagamos tres días. Habitación doble con baño compartido también. El hostal es muy coqueto y tiene una cocina bastante completa (importante para nosotros, que nos encanta cocinar y no queríamos dejar pasar la oportunidad de hacer algún plato con productos rusos). Dos recepcionistas: la chula estirada pibón de la muerte y la simpática amable pero más feucha. Un dueño: el tío más borde y engreído que me he cruzado en los últimos años. Cómico de borde, vamos. Una pena no haberle hecho una foto al individuo en cuestión.

San Petersburgo es una maravilla de ciudad. No nos cansábamos de pasear por las mismas calles una y otra vez. Es una ciudad bastante más europea que Moscú, la gente es más amable, los precios son más razonables y se ven menos muestras de poderío hortera de nuevos ricos. Así es que, pasados esos tres días, decidimos quedarnos 4 más. Y bien que lo disfrutamos.

Hermitage
Palacio de Petergof 


Piso de Dostoievsky


Y mucho más...

En esas estábamos cuando nos dimos cuenta de que teníamos que irnos. Buscaríamos un pueblo del Anillo de Oro de Moscú para empaparnos un poco de la Rusia más profunda. En Booking encontramos un hostal barato en un pueblo poco conocido, Aleksandrov, repleto de huellas del antiguo esplendor zarista y ejemplo vivo de que Rusia se cae de vieja. Quizás por eso me gusta tanto ese país. En Aleksandrov tenía un palacio de verano Iván el Terrible. Allí se puede visitar el llamado Kremlin de Aleksandrov, mucho más modesto que el moscovita pero, para mi gusto, con mucho más encanto.


Photo by Mr. Tyler
Allí paramos dos días, durante los cuales no dejó de llover ni nosotros dejamos de beber cerveza y comer borsch.

Y regresamos, con todo el dolor del alma, a Moscú. Dolor porque ya olía a vuelta, no por el hecho de ir a Moscú, a ver si me explico...

Habíamos reservado habitación en un hostal de cuyo nombre no quiero acordarme, y al llegar nos dijeron que había habido un error y que no había habitaciones libres. Un poco de mala suerte para darle emoción al viaje, leches!. Con todo el cabreo del mundo nos fuimos a un hostal que había al lado, el Shelter Hostel, donde la chica de recepción (amable y guapa donde las haya) se desvivió por ayudarnos a encontrar alojamiento. Ellos también estaban completos, al igual que todos los hostales de Moscú. No sabíamos que ese fin de semana se celebraba una conferencia importantísima internacional y que estaría todo petadísimo. Así es que la chica dedicó casi una hora a buscarnos sitios en internet y a llamar desde su teléfono a los hostales. Finalmente nos encontró un apartamento de a 100 leuros la noche. Y qué íbamos a hacer! No íbamos a dormir en la calle... Así es que nos gastamos en tres días todo lo que nos habíamos ahorrado el resto del viaje. Eso sí, el apartemento muy molón y muy cerca de New Arbat. Quedamos eternamente agradecidos a la recepcionista y juramos y perjuramos que si volvemos nos alojaremos allí.

Al día siguiente nos fuimos a visitar a Lenin y nos encontramos con que el mausoleo estaba cerrado por reformas hasta diciembre. Así es que nos fuimos a ver el Kremlin. Cuando llegamos a la taquilla vimos que te cobran hasta por respirar, así es que pasamos de dejarnos más dinero en visitas turísticas. Como aún no habíamos comprado regalichis, nos fuimos al mercado de Izmailovo, visita obligada si quieres encontrar variedad y buen precio en los souvenirs. Eso sí, hay que regatear.

Ha sido, repito, el mejor viaje de mi vida. Me ha gustado la idea de ir improvisando sobre la marcha.
Mil gracias, Mr. Tyler, por ser el mejor compañero de viaje del mundo.

Todas las fotos by Tula y Mr. Tyler