jueves, 24 de noviembre de 2011

Antojos - Victoria's Secret

Conocéis de sobra mi fijación por la lencería. Me da igual el color, el tejido o el diseñador. Lo importante para mí, lo que hace que un conjunto me atraiga a primera vista o no, es que tenga un cierto aire retro, pícaro y descarado. 
Así es que, tras el desfile de Victoria's Secret, que todos los años me postra en el sillón, perpleja ante tanta belleza (lo cual me recuerda una anécdota de lo más lésbica que contó mi amiga Jackie aquí), mi "Antojos" no podía ser otra cosa que un conjunto de lencería. 

Lo difícil va a ser elegir.




domingo, 20 de noviembre de 2011

Fin de semana literario - Festival Eñe

El fin de semana pasado se celebró en el Círculo de Bellas Artes el Festival Eñe, dos jornadas de encuentros entre escritores, lectores, editores y demás elementos del mundillo. Concentración de personajes relevantes de las letras hispanas, escritores consagrados y escritores noveles mostrándole a un país que no lee lo que se está perdiendo.Yo fui con mi amigo J. (Javier Gutiérrez Rubio, escritor. Algún día os hablaré de él y de su próximo libro), entendedor y frecuentador del ambiente literario.
El sábado repetimos y se nos unió Mr. A, el matemático ciclista nihilista, casi siempre presente allá donde se respiren letras.

El viernes estuvimos viendo al editor Mario Muchnik entrevistado por Peio Hernández. Un señor sabio, reposado, hablador... A lo largo de su vida ha conocido a muchos ilustres de las letras. Habló de su relación profesional y amistosa con Julio Cortázar, lo cual a mí me parece un lujo, que alguien te cuente anécdotas de primera mano sobre uno de los mejores autores del siglo XX. De todo lo que dijo, hubo algo que memoricé, supongo que por el simple placer de que alguien tan cultivado le dé la razón a un ser insignificante como yo: "Lo peor que le ha podido pasar a este país y a su cultura ha sido la televisión. La televisión ha interrumpido la evolución del pensamiento de la sociedad". Amén, señor Mario.

www.revistaparaleer.com

Presenciamos también el cara a cara entre David Trueba y Manuel Vicens. Una charla distendida y amena en la que hablaron de sus viajes, sus amistades dentro del mundo de las letras o sus charlas literarias en diferentes cafés de Madrid. Las frases que recuerdo de dicho acto:

- Vicens a Trueba: "Tú escribes todos los días una columna y por eso puedes hablar de lo que quieras. Yo sólo escribo los domingos y no tengo derecho a joderle el domingo a nadie"

- Vicens: "En la pintura del techo Adán le tocaba el dedo al otro, ¿cómo se llamaba?"
  Trueba: "Dios"
  Vicens: "Eso, Dios"

- Vicens: "La residencia de estudiantes del 27 pasó a la historia por tres cafres que se pasaban el día haciendo el ganso y que luego resultaron ser unos genios" (refiriéndose a Lorca, Dalí y Buñuel)

- Vicens: "No conozco a nadie que no se sienta inferior delante de un ordenador"

- Trueba: "Hay gente que vota a la derecha por si les hacen ricos"

www.revistaparaleer.com

Salí de aquella sala pensando que me encantaría poder presenciar alguna vez una tertulia de café entre esta gente tan extraordinaria.

El sábado asistimos a una pequeña conferencia que dio el escritor mejicano Jorge Volpi. Me aburrí un poco y no recuerdo ninguna frase brillante. Acepte mis más sinceras disculpas, señor Volpi; y tranquilo, no es usted, soy yo.

El viernes, después del festival, nos fuimos de cañas. Acabé en el café Galdós en compañía de mi amigo Javi, el editor Pablo Mazo (Salto de Página) y dos escritoras, Elvira Navarro y Natalia Carrero. ¿Se puede pedir más? Las letras de este país analizadas por sus protagonistas. Yo, en mi línea, anduve un poco despistada. Hasta el punto de que no me di cuenta hasta dos horas después de que las dos chicas tan majas que me acompañaban eran escritoras. Y además, una de ellas era Elvira Navarro, de la cual he oído hablar mucho últimamente y la que casualmente va a ser mi profesora de escritura creativa a partir de enero. ¿Veremos resultados? No perdamos la fe. 
Lo mejor fue mi pregunta con cara de estupor interrumpiendo la conversación: "Perdón, pero tú, tú..... tú..... tú eres Elvira Navarro!!!!". A la chica no le quedó más remedio que echarse a reír. Más maja...

A ratos me abrumaba tanta densidad retórica, lo que hacía necesario desconectar, alejar la vista y dejar respirar a mi discreto cerebro. Una de esas veces me fijé en la mesa de enfrente y descubrí al señor López Aguilar, un político que, sin saberlo él, estaba allí para echarme en cara que mientras yo estoy feliz deleitándome con libritos y poetas, el país está hecho una mierda. Un poco más allá, tras la ventana, al otro lado de la calle, tres guapos actores de serie televisiva fumaban tranquilamente, ajenos a la expectación que despertaban a su alrededor. Madrid y sus contrastes. Aquella escena me recordó un post que escribí el año pasado, Placeres vs. Deberes, la imposibilidad de abstraerse de la vulgaridad de la vida cotidiana durante largo rato.

Arte y compromiso contra la mediocridad.


Y esta semana toca Primavera Club, ¿os veré por allí? Verónica Falls, Superchunk, Girls!!!!
Que no todo va a ser leer, ¿no?

domingo, 13 de noviembre de 2011

Anita y Mr. Mus visitan a Tula

Tengo varios post en mente y muy poco tiempo para escribirlos. Os quiero hablar del regalito que me ha traído Anita de París, del festival Eñe de este fin de semana en el Círculo de Bellas Artes, y de la visita de Anita ayer a mi humilde morada. Pero esta mañana me he encontrado con que ella ya se me había adelantado, así es que me lo ha puesto fácil, y con suerte podré dedicarme a mis compromisos adquiridos con Mr. A, el matemático ciclista nihilista, léase, El Oficinista, de Guillermo Saccomano. Ya estoy viendo que hoy tampoco voy a ir al gimnasio, y es que en mi vida la cultura y el deporte se solapan irremediablemente.

Hablemos de Anita y Mr. Mus, pues. Ella se presentó vestida a la altura de lo que me esperaba: vestido matador (que a mí no me queda tan bien como a ella... Maldita!), aderezado con un bolso vintage de 1€ y zapatos más vintage aún de 0'20€. Anita tiene la capacidad de encontrar tesoros en los antros más desoladores. Y la habilidad y el estilo para saber llevarlos. Echadle un vistazo a su blog y sabréis de qué os hablo. De ella eran los tutús que tan feliz me hicieron en septiembre, ¿os acordáis?


A lo que íbamos. 
Y como los tres estamos (vivimos) a dieta, el menú consistió en canapés lights, arroz caldoso con especias (arroz integral y todo ligerito también) y un brownie integral (peligrosamente laxante) que me sale delicioso. Yo creo que los invitados se fueron de lo más satisfechos.

Ah! Y Mr. Mus me fregó los platos!!! Un tesoro de hombre, sin duda, casi se me saltan las lágrimas...





Muchas gracias por la visita, el vino, las risas, los piropos y la inestimable compañía.
Mr. Mus, me debe usted una sopa de remolacha.

viernes, 11 de noviembre de 2011

No todo va a ser Los Planetas

De Granada me gusta todo.
No me extraña que de allí salgan estas joyitas.





Feliz fin de semana!

jueves, 3 de noviembre de 2011

Brownies, libros y matemáticas.

Y éste es el resultado de una tarde de domingo en la que no apetece calle ni gentío.
Sí, Tula ha vuelto a meterse en la cocina con ganas de ensuciar, revolver, desordenar, limpiar y volver a ensuciar. ¿Acaso es ésa la prueba definitiva de que ha firmado la paz consigo misma y de que por fin ha vuelto todo a la normalidad?
No, es posible que ése no sea un motivo suficiente. Quizás es que simplemente se ha hartado de comer sandwiches y yogures.
Pero, ¿y si os digo que también ha vuelto a disfrutar de las tardes en casa sin nada más que hacer que ver una peli arremolinada en el sofá saboreando una copita de vino?
Hombre... Es que empieza a hacer frío en la calle.
Ya, ya, Pero es que también ha vuelto a leer.
Aja!, Eso ya es otra cosa.

Pues sí, queridos lectores, seguidores, mirones y otros transeúntes de este caótico blog: Tula ha vuelto a leer. Después de más de un año sin ser capaz de disfrutar de la lectura o sólo del simple hecho de tener un libro entre las manos, después de más de un año dispersa, incapaz de mantener la atención más de 10 minutos en nada, Tulita ha descubierto que quiere volver a ser ella y a hacer lo que le gustaba, sobre todo leer.

Pero siempre hay una causa. Siempre hay un por qué...

Érase una vez un señor muy listo, irritantemente listo, muy alto, soviéticamente sobrio, educado y muy guapo, aunque algo taciturno, lo cual, lejos de restarle encanto, despertaba el interés de aquéllos que se cruzaban con él. Los cajones de su casa siempre estaban llenos de números grises, ecuaciones inconclusas y abstrusas fórmulas, pero los de su corazón rebosaban letras. A menudo, mientras ejecutaba, escribía, resolvía y calculaba de modo automático, soñaba con la idea de que algún día entrara por la ventana un ejército de palabras esdrújulas, yuxtapuestas y parasintéticas que lo sacaran de allí y se lo llevaran volando muy lejos, a otros mundos, a aquéllos sobre los que tantas veces había leído a lo largo de su vida; deseaba ser rescatado por novelas, ensayos, biografías... pero sobre todo, por cuentos. 
Después de un largo día de trabajo lo que más le gustaba era coger su bici y pasear por la ciudad, pensar sin hablar, ver sin mirar y dejarse llevar sin más. Uno de esos días paseaba él absorto y contrariado por las primeras páginas de su recién comenzada lectura, Chesil Beach, de Ian McEwan; la idea de amar a alguien a quien no soportas tocar ni que te toque le resultaba turbadora. Cuando apenas empezaba a atardecer se percató de que había ido a parar a un barrio absolutamente desconocido para él; estaba perdido. Giró sobre sí mismo intentando encontrar una pista que le anunciara cómo volver a casa, pero nada, todo para él era nuevo. ¿Cómo había podido despistarse tanto? Se encontraba justo en la puerta de un parque que le pareció sugerentemente inquietante. Pensó que ya que estaba allí lo mejor sería adentrarse en él, relajarse e intentar orientarse. No tardó más de 10 minutos en llegar al final, y seguía sin saber cómo demonios regresar. Al lado de la salida, sentada en el último banco del paseo central, una chica abrazaba un libro encogida por el frío, mirando fijamente al suelo. Vestía de una forma extraña, simpática, y sus gafas eran tan... peculiares... Pensó que el banco era lo suficiente grande como para sentarse a su lado sin incomodarla. Bien, necesitaba descansar. Apoyó la bicicleta con cuidado en el árbol más cercano y se sentó en el banco mientras musitaba un tímido "buenas tardes". Ella respondió casi sin despegar la vista del suelo. Parecía triste. Él necesitaba salir de allí y quizás ella le pudiera ayudar. ¿Y por qué no? Se volvió con suvidad hacia ella y le explicó brevemente su situación. Ella sonrió al descubrir la primera de una serie de casualidades que irían descubriendo más adelante. También se había perdido en aquel barrio sombrío, llevaba toda la tarde dando vueltas y por fin había conseguido orientarse. Tras una agradable charla la chica le explico cómo volver a casa, pero no sin antes aconsejarle que se quedara un rato más sentado en aquel banco disfrutando del sencillo placer de observar a la gente que pasaba por allí, tan deliciosamente pintoresca. Ella, sin embargo, ya se había aburrido y se disponía a regresar a casa, aunque quedaron en volver a verse. 
Un par de semanas después se encontraron en otro barrio de la ciudad menos inhóspito. Charlaron, rieron, pasearon y descubrieron que les unía una misma pasión: la lectura. Él leía mucho, aunque ya no disfrutaba como antes. Ella hacía meses que no tenía ánimos para leer nada, pero aún así lo echaba profundamente de menos y siempre llevaba consigo un libro por si acaso. No pudo evitar contagiarse de la pasión de él al relatarle sus últimas lecturas; cuando hablaba de libros le brillaban los ojos. Hicieron un trato: cada cierto tiempo elegirían un libro, se darían un plazo para leerlo y después lo comentarían. Quedaba oficialmente inaugurado su propio miniclub de lectura. Empezarían por Monzó y después ya verían. 
Ella pensó que quizás no estaba tan mal caminar sin rumbo de vez en cuando y dejarse desorientar por el azar. Él, seguramente, pensó algo parecido. 
Ella se llamaba Tula, una chica rara, descarada y malcriada.
Él se llamaba, pongámosle, Mr. A, el matemático ciclista nihilista.  

Y colorín colorado...